POR UNA AUTENTICA DEMOCRACIA POR UNA AUTENTICA JUSTICIA POR UNA AUTENTICA LIBERTAD   Leave a comment

Se habla y se discute de democracia: de la corrupción institucional, de las insuficiencias de la actual democracia, de la conveniencia de una "democracia participativa"…El siguiente texto, si bien tiene unos años nos puede aportar una interesante visión que enriquezca nuestros debates. La "democracia participativa" no es más que una nueva operación cosmética de la misma democracia capitalista… En el fondo, todo sigue inmutable.

LA DEMOCRACIA CAPITALISTA
1. Parlamentarismo y burguesía Si fuera posible medir el poder político con cifras y estadísticas exactas, como ocurre con la propiedad, podríamos comprobar que en las democracias capitalistas existe no sólo una gran injusticia social, sino también una gran injusticia política.
 
 
El único poder que el pueblo tiene es el de decir que no de vez en cuando, pero no el de gobernar él mismo.

El pueblo es sujeto pasivo, no normativo.

Puede quejarse, protestar, declararse en huelga, ingresar en un partido -en el que no tendrá ninguna influencia- y derribar con su voto a los políticos y partidos que le disgusten; lo que difícilmente puede hacer es suplir a esos partidos y políticos y dirigir por su cuenta la "res publica".

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La máxima de Lincoln de que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no se ha cumplido nunca.
 
 Lo que Tocqueville, menos iluso que el estadista americano, escribía hace doscientos años, ha conservado su plena vigencia:
 
 
 "El principio de la soberanía del pueblo, que se encuentra siempre más o menos en el fondo de casi todas las instituciones humanas, ha permanecido de ordinario sepultado". [1]
El eje central de las democracias capitalistas es el Parlamento, y éste no representa en general los intereses del pueblo. Como decía Gorki:
 
 
"En los países burgueses, las leyes se hacen en el parlamento y sirven para consolidar el poder de las clases dirigentes" [2].
 
 
 Es, en efecto, el Parlamento el que dicta las leyes, la política fiscal, la legislación social, la educación, etc.
 
 ¿Quién ocupa los escaños parlamentarios?
 
¿Los hijos del pueblo ENETENDIDO COMO MUNDO DEL TRABAJO?
 
 No, evidentemente.
 
¿Serán entonces los fabricantes, burgueses y grandes accionistas?
 
 
 Tampoco.
 
 
La gran burguesía está demasiado absorbida por sus negocios para ocuparse directamente de los asuntos públicos.
 
Para ello tiene a sus lacayos y servidores.
 
 
 ¿Y quiénes son éstos? ¿Es preciso decirlo?
 
 Son los políticos profesionales que gracias a su cualificación profesional -abogados, académicos, tecnócratas, economistas, funcionarios, intelectuales– han logrado escalar las cimas de los partidos y monopolizar el poder público.

 
 
Ernest Mandel, en su ya clásico libro sobre el capitalismo avanzado, escribe sobre esta temática:
 
 
 
 
 
 
 
 
 
"El gran capital cede gustoso el trabajo rutinario de la Administración a los expertos y managers (en este caso políticos profesionales), ya que tiene que concentrarse en las decisiones estratégicas fundamentales"[3] .
 
 
La democracia parlamentaria o representativa procede directamente de la Edad Media, y si en sus orígenes significó un progreso frente al feudalismo y el absolutismo monárquico, ha permanecido en esencia una institución política burguesa, al servicio de las clases altas y medias.
 
 
 Rousseau advertía ya en su "Contrato Social":
 
 
 "A partir del instante en que un pueblo elige representantes, deja de ser libre" [4].
 
 
Y Kropotkin:
 
 
 "Elaborado por la burguesía para hacer frente a la realeza y consagrar y acelerar al mismo tiempo su dominio sobre los trabajadores, el sistema parlamentario es la forma por excelencia del régimen burgués" [5].
 
 
El mismo Lenin, que por razones tácticas postulaba la entrada de los trabajadores en el Parlamento, no se hacía ninguna ilusión sobre éste:
 
 
 "Mil barreras se oponen a la participación de las masas trabajadoras en el parlamento burgués (el cual, dentro de la democracia burguesa, no resuelve nunca las cuestiones capitales, que son decididas por la Bolsa, por los bancos).
 
Y los obreros saben y se dan cuenta, ven, perciben a maravilla que el parlamento burgués es para ellos un organismo ajeno, un instrumento de opresión de los proletarios por la burguesía, el organismo de una clase hostil, de una minoría de explotadores" [6].
El surgimiento de grandes partidos políticos de izquierda, a partir de principios de siglo, y el acceso al Parlamento de diputados socialistas, socialdemócratas y comunistas, no ha conducido tampoco a una proletarización de las funciones parlamentarias.
 
 
 Al contrario:
 
Los Parlamentos de los países occidentales se han convertido en un feudo exclusivo de la burguesía, los intelectuales y las clases medias en general.
 
 
 El número de trabajadores manuales con acta de diputado es cada vez más insignificante.
 
 
 Las esperanzas que los clásicos del socialismo -sobre todo los marxistas- habían depositado en los partidos obreros, no se han cumplido en absoluto.
 
 
En el fondo y salvando todas las distancias, la composición social y profesional de los Parlamentos actuales es parecida a la que existía ya en los albores del parlamentarismo, cuando Hipólito Taine constataba sorprendido que de los 577 representantes en la Asamblea Constituyente de 1789, 373 eran "abogados desconocidos y leguleyos de tipo subalterno".
 
 
 
Pero no se trata sólo de la ausencia física de los obreros en los Parlamentos de ayer y de hoy, sino de los límites estructurales que las instituciones políticas burguesas imponen a los representantes de los partidos de izquierda, pues como escribíamos en otro sitio, "por mucho que subjetivamente los partidos políticos obreros se consideren como baluartes del socialismo y como enemigos acérrimos de la burguesía, objetivamente se mueven en el marco dialéctico de la democracia burguesa.
 
 
 
 
 
Su esencia permanece burguesa porque ya el mismo intento de crear un poder político independiente de la vida concreta del trabajo y la producción es un planteamiento burgués" [7].
 
 
 
 
                                  
 

2. Políticos profesionales y partidos Más allá de la diversidad formal de la democracia capitalista, del juego entre gobierno y oposición, existe una afinidad de fondo entre los grupos que participan en la administración del poder. Si de un lado son partidos rivales con ideologías e intereses contrapuestos, del otro forman globalmente una casta de políticos profesionales que en nombre de la democracia representativa ocupan las funciones rectoras que en un orden más justo de cosas deberían ejercer todos los miembros de la sociedad.
 
 
 
Las leyes que rigen la democracia capitalista son muy parecidas a las que determinan la dinámica económica del capitalismo, y de la misma manera que la más reñida competencia entre los diversos burgueses y capitalistas no impide que éstos se consideren como una clase homogénea con intereses comunes, así, también,

por muchas batallas verbales que libren en el Parlamento, »tories» o "whigs", cristianodemócratas o socialdemócratas, conservadores o progresistas, comunistas o anticomunistas están unidos por el cordón umbilical de su situación pública privilegiada

Los partidos y los políticos van y vienen, su hegemonía estructural permanece.
 
 
 
Hay ciertamente algunas diferencias entre la gestión de unos partidos y otros, pero, a largo plazo, lo fundamental es el monopolio político que todos ellos ejercen conjuntamente sobre el cuerpo de ciudadanos.
 
 
 
Todo grupo dominante tiende a crearse privilegios materiales, y esto ocurre no sólo con la "nueva clase" de funcionarios que Milovan Djilas denunciaba, o con la "nomenklatura" de la URSS y demás países del Este, sino también con la casta de políticos profesionales que administran hoy los asuntos públicos de las democracias capitalistas, lo que demuestra que el espíritu de medro puede florecer tanto en las dictaduras corruptas como en los regímenes supuestamente libres.
Hegel advertía ya: "Cuando se habla de libertad hay que tener cuidado de que no se esté hablando en realidad de intereses privados" [8] .
 
 
 
Los partidos políticos pretenden representar la voluntad de toda la sociedad, pero en realidad son incapaces de autofinanciarse a través de las cuotas de sus afiliados.
 
 
Aparte de los donativos que reciben de los capitalistas (sobre todo los partidos de derecha y centro) o de los sindicatos (como en Inglaterra) [9], son financiados cada vez más por el erario público.
 
 
 
 Alemania se ha convertido en el ejemplo clásico de esta praxis mercenaria y parasitaria, practicada también en la España  de la UCD de Felipe González LUEGO DE AZNAR Y AHORA DE ZAPATERO .
 
Los gobiernos cambian y continua la explotacion  y ademas sin visos de querer ser arreglada.
 
 
 
 
La heteronimia financiera de los partidos políticos es el resultado del escaso número de afiliados que poseen, no sólo los partidos de derecha, sino los partidos de izquierda que alegan representar los intereses de las clases populares.
 
 
 
 Así, a la hora del triunfo electoral de Mitterrand, el partido socialista francés tenía 206.000 afiliados, y el PSOE la mitad de esa cifra en el momento de ganar las elecciones de octubre de 1982.

En todo caso, el número de ciudadanos que participan activamente en el proceso político representa una parte ínfima del censo de población, aparte de que la mayor parte de afiliados ejercen un papel meramente pasivo -pagar su cuota mensual – y muy parecido al que ejerce el elector.
 
 
 Como han demostrado Gaetano Mosca, Robert Michels, Wilfredo Pareto y otros sociólogos:  

Los partidos políticos no están dirigidos por la masa de militantes en su conjunto -como sería lógico- sino por una élite muy restringida de jefes y altos funcionarios. Los militantes de cuota, los pequeños activistas y los funcionarios del montón desempeñan una función estrictamente subalterna; de ahí que, a fin de cuentas, los partidos políticos contemporáneos, aún los más democráticos, sean de ordinario el instrumento de una pequeña oligarquía de dirigentes

La democracia burguesa falla ya en su base, pues allí donde la base no tiene nada que decir, no hay democracia auténtica.
 
 Una cosa parece clara:
 
 
Los partidos políticos de las democracias capitalistas, viviendo cada vez más del erario y las subvenciones públicas, se asemejan de manera creciente a los partidos políticos estatales de los países comunistas, perdiendo con ello la legitimidad moral que les daba su antigua independencia frente al Estado.
No se sostienen por su propia fuerza -que es el signo de los grandes movimientos históricos- , sino que sobreviven gracias a la protección del Estado y de los grupos de presión, que es el signo de los movimientos de capa caída.

Las democracias capitalistas no son sólo un coto cerrado a la mayor gloria y provecho de una élite de políticos profesionales, sino un sistema cuyo"modus operandi" es una fuente constante de manipulación, engaños, mentiras, demagogia, retórica y trampas de toda clase.

 

 

 En fases de campaña electoral, los partidos, para obtener el mayor número posible de votos, prometen el oro y el moro a sus distintas clientelas reales o potenciales, pero a la hora de la verdad no cumplen generalmente las promesas hechas en la víspera, no sólo por cinismo, sino porque los programas elaborados por los partidos ejercen sobre todo una función parecida a la que ejercen los eslóganes publicitarios¡deslumbrar y atraer!


La política, en efecto, se parece cada vez más al mundo de la publicidad, y los oradores de los mítines, a charlatanes de feria.
 
 "Un partido -escribíamos en otra parte- para triunfar, está condenado a crear personalidades providenciales, a construir líderes insustituibles que atraigan a la masa de electores.
 
 
Por eso necesita de la publicidad, que es un producto burgués.
 
 
En el fondo no hay mucha diferencia entre el comerciante que vende sus productos en el mercado y el político que se sube a una tribuna para exaltar su programa" [10].
 
Si en las fases de propaganda electoral los partidos exhiben por todas partes a sus candidatos como si fueran pavos reales o monas de circo, cuando se inicia el trabajo cotidiano en el Parlamento, empieza la manipulación subterránea, el encubrimiento, las intrigas, las componendas y chalaneos, las maniobras de pasillo, los manejos y el reinado oculto de los jefecillos, expertos y tecnócratas.
 
 
 
 Junto a estos males ya viejos, la creciente tecnocratización y burocratización de las funciones parlamentarias ha conducido a una grave deformación de la democracia burguesa, cada día más opaca, impenetrable y difícil de controlar.
 
 
 
Las decisiones que aparentemente se adoptan en las sesiones y votaciones públicas, han sido de hecho ya tomadas en los conciliábulos previos organizados por las comisiones parlamentarias a puerta cerrada.
 
 
 Esta es la nota dominante en todos los Parlamentos capitalistas, que se han convertido en foros teatrales para representar comedias cuyos papeles han sido designados y distribuidos ya de antemano por la burocracia interna y los barones de los partidos.
Y lo mismo que en las funciones de teatro, el reparto de papeles incluye a los divos, al elenco medio y al coro que sólo interviene para llenar el escenario.
 
 
Pero la labor casi anónima que las comisiones parlamentarias y la dictadura que la máquina de los partidos ejerce sobre los diputados no son los únicos factores que enturbian y deforman hoy la labor legislativa de los representantes formales de la soberanía popular.

No menos nociva es la influencia que los grupos de presión ejercen sobre la dinámica parlamentaria.

 

 

 Es un secreto a voces que los Parlamentos burgueses viven continuamente asediados por los numerosos "lobbies" a sueldo de los grupos de presión.

 

El diálogo entre los diputados y los electores es sustituido por los manejos a puerta cerrada entre aquéllos y los "lobbistas" al servicio del gran capital.

Los proyectos de ley y las leyes que "coram publicum" aparecen como el producto de la iniciativa de las mayorías o minorías parlamentarias, son no pocas veces el resultado de las maniobras realizadas entre bastidores por los grupos de presión a través de sus agentes, bufetes de abogados, apoderados, gestores administrativos, políticos sin empleo y generales retirados.

La democracia capitalista ha desarrollado un gran virtuosismo para encubrir sus trampas internas, pero a pesar de los progresos realizados en el campo de la manipulación, es inevitable que a veces el proceso de corrupción salte a la superficie pública y llene las primeras páginas de los periódicos.
 
 
Recordemos en este contexto, a modo de pequeño muestrario, las maniobras de soborno de la Lockheed para vender sus aviones, el "affaire" Watergate del presidente Nixon, los diamantes recibidos por Giscard d’Estaign del "emperador" Bocassa, la logia masónica Propaganda Due, el Banco Ambrosiano y la misteriosa muerte de su presidente Roberto Calvi o el escándalo del consorcio Flick en la RFA, que obtuvo una bonificación fiscal de 800 millones de marcos a cambio de llenar las faltriqueras de varios diputados, ministros y jefes de partido, incluido el socialdemócrata.
 
Se explica la amarga conclusión de Carlos Díaz:
 
"En el declive de la democracia occidental, apenas hay lugar para otra cosa que para la corrupción" [11]

 
                                  
 

 
3. El poder y el pueblo Las instituciones políticas burguesas se nutren de la ignorancia y la buena fe de las masas, y de ahí que éstas elijan a menudo a los que luego se convertirán en sus explotadores o verdugos.
 
 
 Por eso hay que educarnos nostros como  pueblo y hacerle comprender al resto de ciudadanos de se pueblo que nos une ,que su misión no es la de confiar su destino a un puñado de políticos profesionales, sino la de gobernar por sí mismo.
 
¿Qué significa educar al pueblo?
 
 
 
PARA LOS FALANGISTAS ES SER EDUCADOS  Y BUSCAR POR NOSOTROS MISMOS SER AUTODIDACTAS Y AL MISMO TIEMPO QUE NOS INSTRUIMOS , INSTRUIR AL QUE NO SEPA,PARA QUE PUEDA HACERLO ASI .
 
 
PARA QUE ENCUENTRE LA FORMA DE CONSEGUIR ESE CAMINO EDUCADOR
 
 
 
 
 Significa devolverle su identidad perdida, su dignidad y su sentido crítico.
 
 
 Recordemos la máxima de Rousseau: "El derecho a votar basta para imponerme el deber de instruirme" [12].
 
 Todo hombre inculto está destinado a ser víctima de la demagogia y de la manipulación de los profesionales de la mentira.
 
 
Joaquín Costa tenía razón al decir:
 
"Las urnas de cristal cuesta poco decretarlas y se fabrican pronto; pero lo que no se fabrica con la misma facilidad es el elector" [13].
Lo primero que  
TENEMOS QUE APRENDER
LOS TRABAJDORES 
es que no es lógico que 500 señores decidan lo que tiene que hacer toda una nación.
 
 Esa manera de gobernar y legislar es un atavismo del espíritu jerárquico y señorial que reinó en otras épocas e impropio de un período de la civilización que ha convertido el socialismo en moneda de uso corriente, aunque la praxis de los partidos socialistas occidentales y del "SISTEMA DEMOCRATICO  real" de los países del Este haya desvalorizado el valor original que antaño obtuvo ese concepto.

En tanto las clases trabajadoras contemplen hipnotizadas lo que quinientos abogados, profesores, tecnócratas y políticos profesionales digan en el Parlamento, irán a la zaga de la burguesía y no habrá gobierno del pueblo, es decir, verdadera democracia

Una cosa está clara:

 
 La democracia capitalista de postguerra no ha sabido afrontar con eficacia el desafío histórico a que se ha enfrentado a lo largo de las últimas décadas, no ha sabido crear el sistema de vida racional, justo y humano que la altura de los tiempos requería, y su rotundo fracaso forma parte esencial del proceso general de desintegración y agonía de la sociedad contemporánea.
A la democracia burguesa de la representación hay que oponer la democracia obrera de la participación directa y la autogestión; esta es la meta final, la dirección a seguir.
 
 
 Pero la clase trabajadora sólo podrá llevar a la práctica esta tarea histórica a través de un largo proceso de autoeducación, proceso que, como señalaba Lukacs con razón,
 
 "será tanto más difícil cuánto más altamente desarrollados estén el capitalismo y la cultura burguesa en un país; por tanto, cuanto más fuertemente el proletariado haya sido influenciado ideológicamente por formas capitalistas de existencia" [14].
 
 
La autoliberación de la clase obrera no se reduce sólo a un problema cultural, pero sin la potenciación al máximo del nivel intelectual de los trabajadores, éstos no estarán en condiciones de poner fin a la hegemonía burguesa e implantar un sistema ajustado a sus ideales e intereses.
 
 
 
Proudhon tenía perfecta razón al escribir:
 
 "En una sociedad cualquiera, la autoridad del hombre sobre el hombre está en razón inversa al desarrollo intelectual a que ha llegado esta sociedad, y la duración posible de esta autoridad puede ser calculada según el deseo más o menos general hacia un verdadero gobierno, esto es, de un gobierno basado en la ciencia" [15].
Estamos muy lejos de haber alcanzado este estadio, y lo que hoy predomina es, al contrario, el "diktat" de las clases dirigentes sobre el pueblo trabajador, tanto en los países capitalistas como "soi disant" socialistas, hoy ya totalmente derrumbados.
 
 Pero eso no significa que las clases obreras estén condenadas a cruzarse de brazos y a aceptar para siempre su subordinación a las élites que acaparan el poder.
 
 
El ejercicio del poder no sólo desgasta y envanece; en no menor medida embota la sensibilidad y visión de sus titulares, que encerrados en los " bunkers " dorados de sus cancillerías y despachos oficiales, acaban por perder la noción de lo que realmente ocurre en el ámbito público. Prisioneros de su perspectiva angosta, les sucede lo que a los moradores de la cueva que Platón describe en su "República", que confunden la totalidad con el reducido segmento de su experiencia subjetiva.
Los políticos actuales, menos ingenuos que sus antecesores, han aprendido ciertamente a manipular a las masas y a sobrevivir a toda clase de crisis y situaciones precarias, pero por mucho que quieran atar los cabos, les sale más tarde o más temprano la criada respondona, esto es, el pueblo insatisfecho y airado.
 
No hay nada seguro, y menos la estabilidad de un gobierno o partido político.
 
 
Incluso la lógica más hermética tiene que contar siempre con el factor de espontaneidad, como demostró en su día Rosa Luxemburg y como nos enseña el gran filósofo alemán Ulrich Sonnemann en su "Antropología negativa".
 
El hombre de la sociedad de consumo tiende a privatizar los problemas que le agobian y a inhibirse de los asuntos públicos, pero eso no significa que con ello hayan desaparecido los problemas.
 
 
No sólo no han desaparecido sino que se multiplican cada día más, no sólo en países vulnerables y a medio hacer como el nuestro, sino también en los que presumen de estar a la vanguardia del bienestar y el progreso.
¿Cómo no van a aumentar los problemas si vivimos en una sociedad cada vez más incoherente, injusta e irracional?
 
 
 Frente a la mecánica rutinaria
 del poder,
surge más tarde o más temprano la dialéctica imprevisible
de la realidad.
 
 No hay ninguna estática del "statu quo"; la historia es mutación incesante, a veces callada e imperceptible (intrahistórica, como diría Unamuno), otras, menos frecuentes, estallido popular, revolución, plantes laborales, huelga general.
Los hombres de Estado dotados de sensibilidad histórica y social procuran detectar a tiempo las aspiraciones del pueblo, para evitar precisamente que éste se desmadre y se levanten barricadas.
 
 Los mediocres, a la inversa, demasiado soberbios para tener en cuenta el estado de ánimo de las masas, sólo hacen caso de sus aduladores y se echan las manos a la cabeza cuando el pueblo se arroja a la calle y les pide cuentas en voz alta.
 
 
 Diré al paso que ZAPATERO  AL IGUAL QUE SUCEDIO CON AZNAR  pertenece obviamente a esta última categoría de gobernantes.
No hay ningún período histórico, ninguna civilización, ningún sistema político, ningún país que no haya engendrado sus procesos de contestación; los esclavos y gladiadores se rebelan contra el Imperio Romano, los siervos medievales contra los señores feudales, los burgueses contra la nobleza, el proletariado industrial contra el orden capitalista, y así sucesivamente.
 
 
 Sólo cuando se olvidan estas constantes de la historia universal es posible caer en el espejismo de creer que se puede jugar eternamente al gato y al ratón con las clases humildes.
Sólo políticos provincianos y cegados por la vanidad -como el propio  Zapatero que no ha aprendido de aquello que le sucedio a Felipe González y siendo mucho peor lo que el esta haciendo ahora , que lo que hizo Felipe – sucumben a la ilusión narcisista de imaginarse que son imprescindibles y que el pueblo va a perdonarles sus fallos e impertinencias por los siglos de los siglos.
 
 El pueblo – el hombre en general- es por naturaleza más sumiso que rebelde, pero, por ello mismo, difícil de contener cuando llega al límite de su paciencia.
 
 
Como decía Babeuf en su periódico “Le tribun du peuple":
 
"La justicia del pueblo, lenta en manifestarse, a menudo demasiado tardía, es grande y majestuosa como él, rápida e implacable cuando al fin se pone en marcha" [16].
Es cierto que al final el pueblo casi siempre pierde, sed succumbut semper miseri (Servet), y que tras las efímeras fases de euforia popular resurgen de nuevo los Fouchés y Stalins de toda revolución, con sus "nuevas clases" (Djilas) y sus nomenklaturas privilegiadas; pero también es cierto que los movimientos populares de autodefensa han sido (con excepción de sus excesos punitivos), altamente fecundos para el desarrollo de la humanidad, y es por ello que, contemplada desde la perspectiva equidistante de los siglos, la historia universal ha caminado hacia adelante y en sentido emancipativo.
Desde hace años se habla profusamente de la "crisis de la izquierda", y aunque, efectivamente, ésta atraviesa una fase de profunda desmoralización y apatía, ello no quiere decir que el pueblo vaya a enmudecer y a estarse quieto para siempre.
 
 
 El pueblo, que habitualmente parece dormido y como dispuesto a soportar en silencio toda clase de humillaciones e injusticias – como ocurre ahora en España- , es, a la hora de la verdad, cuando decide lanzarse a la acción, más audaz y creador que las minorías que pretenden dirigirlo, minorías que, como les ocurre a los aparatos de poder, suelen también momificarse y perder contacto con la realidad.
Basta echar una ojeada a la historia de las revoluciones y gestas populares para saber que los grandes movimientos sociales y políticos parten casi siempre de la base y se gestan en el seno del pueblo, aunque los agitadores profesionales tiendan a creer lo contrario.
 
 
Y ello no puede sorprender, en el fondo; no puede sorprender porque el pueblo llano, el pueblo que trabaja, sufre y calla es al fin y al cabo el estrato que más directamente sufre las consecuencias de todo desgobierno, el que más motivos tiene para alzar la voz y decir:
 
 
 Hasta aquí hemos llegado.
 
 
 
Y a los gobernantes que a la hora de la indignación popular apelan al sentido del orden, habrá que recordarles lo que Carlyle decía en sus escritos sobre los cartistas:
 
 
 
 "La injusticia es otra forma del desorden"
 
 
 
 
                                  
 

Publicado 31 diciembre, 2007 por falangeautentica en Sin categoría

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